jueves, 27 de noviembre de 2014

Sueño despierto y Julian "la baldosa"


"Ella", es el nombre que yo cree, es el nombre al que le otorgue vida y significado. Ella no sería ella sino estuviera conformada por cada partícula, cada célula, cada pulso que la hacen sencillamente "ella". Y ella tan absurda y divina, nunca quito los ojos de las baldosas rojas que limitaban su paso, ella siempre iba con  los ojos abajo, nunca al costado, nunca arriba, nunca atrás, siempre abajo. Justamente ahí abajo es donde estamos todos, desde ese lugar alto y frío ella nos mira y saluda con la naturalidad de bostezar a las dos de la mañana. Ella se acerca a la baldosa y nuestros rostros se acercan para ser uno, ella se aleja y vuelvo a ser baldosa. Tan lejana y distante la hace esa altura, esa distancia entre ambos, aún más cruel y siniestra que la comida recalentada, aún más sufrida que las heridas por agua caliente, aún más que ver caer la punta del helado al piso sintiendo que nuestra felicidad material pierde ya el sentido de ser.
Y fue así, que un día sin querer más que queriendo, ella siguió con los ojos perdidos sobre las baldosas y levantando como última alternativa el rostro, topándose con un "Son cuarenta y dos pesos, ¿Algo más?", nos miramos fijo sin intención de hacerlo pero de alguna forma queriendo verla un poco más comencé a sonreír como el idiota que siempre posa sus manos en el vidrio deseando el libro que sabe (perfectamente) no podrá comprar hasta que comience el próximo mes. Concurrido por la turbulencia de haber nacido con pocos dotes para el habla, me digne y me sigo conformando con mirarla y esperar que ella exclame. Espero cinco minutos, espero veinte minutos y un poco más, hasta que sucede, los dos en su cama una vez más inundados en silencio puro. Otra vez conformado a callar, otra vez siendo baldosa, triste baldosa. Julian, naciste para ser baldosa de ella estas echo de los materiales justo para ser baldosa, y pensando así todo tiene sentido. Tiene sentido mirarla, también tiene sentido esperar en la esquina una hora, dos y veinte minutos más, esperarla en la misma esquina oscura que ella llamaba "en la esquina verde, a la hora de los muertos". Dirigido por el impulso de querer amar la congruencia de sus caderas que deja ver por debajo de la sábana blanca mientras oculta su pelo castaño color caramelo ácido para vómitos. Ella no para de cantar ríos de agua salada como si fuera su propio epitafio de la muerte que ella formaba con la punta de sus yemas por mi máscara de piel.
Contestó fría por arriba mío "nada más, adiós", y el adiós fue un correr por la vereda de fantasma hasta tocar su espalda y entablar las segundas palabras que no pensé, que aún hoy creo que fueron las palabras justas para abrir comienzo, sobre este proscenio, mi nacimiento como baldosa.


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